martes, 6 de marzo de 2007

Y CÓMO ES TU PAPÁ?



La figura paterna es igualmente importante que su contraparte: la madre, para lograr que sus hijos se desarrollen de manera armónica y con bases fundadas en valores morales, ética y de conciencia social.

Él es el símbolo de la fortaleza, el bastión de la familia o al menos así debería ser. Sin embargo, debido a que muchas veces no se tiene conciencia de este importante rol, la educación proveniente del padre suele dispersarse, con las consecuencias del caso.
Entrevistamos a varios padres e hijos, para que nos comentaran cómo se ven a sí mismos y cómo los ven sus hijos.

Sin pretender etiquetar a los padres, pues no se puede generalizar, ya que cada individuo responde a sus propias circunstancias; hemos hecho algunas clasificaciones que pudieran servir como ejemplo de las diferentes perspectivas y experiencias.

El proveedor

Pedro: “Mi preocupación fundamental es mi familia, procuro que no les falte nada, dentro de mis posibilidades. Pero como estoy todo el tiempo en el trabajo no tengo oportunidad para hablar con ellos, de hecho, la educación está a cargo de mi esposa. El único día que estoy en casa me dedico a descansar, pensándolo bien, desconozco lo que piensan y sienten mis hijos”.

El padre ideal

Melisandra: “Mi padre es lo máximo, una persona honesta, muy noble, muy consentidor conmigo. Siempre me ha sobreprotegido. Desde que era niña nos enseñó valores, amor a la familia y la superación personal. A pesar de que trabajaba, siempre estaba ahí. Lo que le agradezco es que cuando murió mi mamá, él nos sacó adelante a nosotros (a mi hermano y a mí). Tuvo muchos problemas económicos, a pesar de ello nunca permitió que dejáramos de estudiar y nos impulsó para que nos recibiéramos; nos ha cuidado mucho. Lo adoro, lo quiero y lo admiro. Es mi inspiración, me aporta ideas pues lee mucho, está muy atento de mi carrera”.

El autoritario

Roberto: “A mí eso de andarlos apapachando no se me da. Sí los quiero, pero no me gusta que sean débiles, por eso los regaño y exijo mucho. Tal vez esté mal porque a veces me acusan de que soy muy duro con ellos. La vida es así y quiero que ellos se sepan defender y enfrentarse a los problemas, porque yo no voy a estar con ellos siempre”.

El superhéroe

Manuel: “Es mi superhéroe, cuando era niño me enseñó a andar en bicicleta, en patines, el amor por la música (aunque tengamos gustos distintos), la comida, la lectura; casi todo lo que es diversión lo aprendí de mi papá. También su amor por el trabajo, el amor por mi mamá, por mi hermano y por mí. Son valores que nos han dado desde que éramos niños; su sentido del humor, bueno, hasta le aprendí su pasión por los relojes de todos tipos”.

El egoísta

Eduardo: “Yo cumplo con darles casa, comida y educación. Pero ni crean que les voy a dejar nada cuando me muera; si quieren tener algo les tiene que costar a ellos. A mí nadie me dio nada y todo lo que he logrado ha sido por mi propio esfuerzo, así que mis hijos están conscientes de que no les voy a regalar nada. Cuando yo era niño no tuve juguetes, porque mi papá decía que esas eran tonterías, que las cosas costaban y teníamos que ganárnolas, lo mismo pienso yo”.

El vicioso

Luisa: “Fuimos siete hermanos, mi padre era obrero de una fábrica y no le alcanzaba lo que ganaba. El problema es que le gustaba mucho tomar, me acuerdo que los fines de semana se arreglaba y se iba, siempre tenía muchas invitaciones porque era ‘el alma de la fiesta’; eso sí, aunque se estuviera muriendo de las cruda no faltaba al trabajo, murió como vivió, se mató en un accidente de automóvil cuando venía de una boda, bien borracho...”.

El sobreprotector

Ricardo: “Cuando me separé de mi esposa, mis dos hijos estaban pequeñitos, el mayorcito apenas caminaba y el otro era un bebé de pañales. Me dediqué completamente al trabajo y a ellos, los llevaba a todos lados. No me arrepiento, al contrario, estoy muy orgulloso de ellos, creo que valió la pena porque ahora son unos hombres de bien. Ahora les toca a ellos vivir su propia vida, formar su hogar y seguir adelante. Yo ya cumplí, pero eso no quiere decir que me voy a separar de mis hijos, saben bien que contarán conmigo hasta el último de mis días”.

El ausente

Camila: “Me hubiera gustado conocer a mi padre, lo llegué a ver algunas veces, pero nunca tuvimos una verdadera relación de padre e hija, él no me brindó ni apoyo moral o económico, nada. Luego nos abandonó y supe que formó otra familia. Cuando se murió no sentí ni frío ni calor. La verdad no podría decir cómo era él o cómo pensaba, yo también fui una desconocida para él”.

El violento

Pilar: “De lo que me acuerdo es que en la casa siempre había gritos y golpes, tanto le pegaba a mi mamá como a mis hermanos y a mí. René, mi hermano el mayor, se fue de la casa cuando tenía como 14 años y nunca volvimos a saber de él. Mi mamá se enfermó de la pena y como dejó de trabajar nosotros tuvimos que hacerlo desde muy chicos. A mí papá sólo le interesaba tomar y los caballos, lo poco que ganaba lo perdía en el hipódromo”.

El hecho de engendrar a otro ser no implica necesariamente ser padre, pues los dos hechos son cosas distintas, desgraciadamente, en la gran mayoría de casos es un vocablo que les queda grande a muchos hombres.

Usted, amable lector, ¿con cuál de estos casos se identifica?, independientemente de que no exista el ideal, tiene la oportunidad de reconsiderar y acercarse a sus hijos, pues no hay que perder de vista que la sangre llama y que sólo hay que tender los lazos para lograr un reencuentro provechoso para ambos: padres e hijos.

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